viernes, 30 de julio de 2010

Estoy contigo para librarte

Del libro de Jeremías 15, 10. 16-21

¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas para todo el país! Ni he prestado ni me han prestado, y todos me maldicen.Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos. No me senté a disfrutar con los que se divertían; forzado por tu mano, me senté solitario, porque me llenaste de ira. ¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga, y mi herida enconada e incurable? Te me has vuelto arroyo engañoso, de aguas inconstantes.
Entonces respondió el Señor:
«Si vuelves, te haré volver a mí, estarás en mi presencia; si separas lo precioso de la escoria, serás mi boca. Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte -oráculo del Señor-. Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores.»


    1. Jeremías recuerda cómo Dios le llamó y eligió desde el seno de su madre, y cómo le bendijo. A lo largo de su vida, cuando Dios le hablaba, devoraba la Palabra de Dios, que era su gozo. Pero Jeremías tiene una misión por la que sufre: ha de anunciar a Israel la Palabra de Dios que denuncia su pecado, mientras le llama a la conversión. Dios no se complace en las obras de Israel. Por eso, Jeremías sufre, tan sensible como es, el rechazo de todos, y acaba viviendo como un solitario porque hablaba la Palabra que llamaba a la conversión, e Israel se endurecía en su corazón. En esta dolorosa situación, Jeremías se ve sumido en la oscuridad de la purificación, en su noche oscura: Dios se vuelve para Jeremías como “arroyo engañoso, de aguas inconstantes”. ¿Qué siente Jeremías? Dios me sedujo, me llamó desde el seno de mi madre, ¿y qué he sacado a cambio? Contradicciones, luchas, desprecios, hasta quedar en la soledad. Es como un reflejo de Cristo y de todo cristiano que quiere seguir a Cristo en la santidad. Hay un momento en la vida cristiana en que por cumplir nuestra misión y ser fieles a Dios seremos despreciados y marginados, y ser, como Jeremías, unos solitarios. En esa dolorosa purificación, permanezcamos firmes para que Dios, por dentro, nos transforme misteriosamente: en el desprecio, vivamos el aprecio de Dios; en la marginación de los hombres, vivamos la comunión con Dios.
    2. Llevado de su sufrimiento, Jeremías ora quejándose a Dios: Dios mío, te has vuelto para mí un venero de agua engañosa. Dios le responde que se convierta más profundamente a Él para que esté siempre en su presencia y Dios estará siempre a su lado. La purificación es para separar “lo precioso de la escoria”. Y lo precioso es la unión con Dios, recibiendo su Palabra amorosamente para ser su boca, sea cual sea la respuesta de los hombres. Porque el secreto de Jeremías es que es pertenencia de Dios, es suyo. Unido a Dios así, purificado como oro en el crisol, Dios hace de Jeremías “muralla de bronce inexpugnable”: los que luchen contra él no le podrán. Esta fortaleza invencible de Jeremías es “porque yo estoy contigo para librarte”, “Dios es mi refugio en el peligro” (Sal 58). Es el secreto de Jeremías: Dios está con él. Por eso, Dios le señala la regla por la que se ha conducir: “que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos”. Cuando Dios purifica así a un cristiano y lo santifica así, y esta convicción entra en su corazón, no hay quien le venza. A los ojos de los demás, su actitud puede parecer soberbia o tozudez, cuando en realidad, purificado por la prueba, su corazón es verdaderamente humilde, apoyado y sustentado en la fuerza de Dios. Un santo purificado por el amor de Dios, convertido en una muralla inexpugnable, es capaz de convertir al más duro de corazón. Pidamos a Dios que llegue ese día en que, como Jeremías, seamos fuertes y vencedores que convierten a los pecadores con el ejemplo esplendoroso de su santidad, pues nosotros no nos vamos a convertir a sus malos caminos.

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