miércoles, 20 de abril de 2011

Jueves Santo. Misa de la Cena del Señor. Esquema para meditar

Toda la celebración queda enmarcada por el amor de Jesucristo que nos amó y nos ama hasta el extremo

Conciencia de Jesús del momento que vive. Ha venido del Padre y vuelve al Padre.
Sabe que el Padre lo ha puesto todo en sus manos.

¿Qué ha puesto en manos del Hijo? El amor extremo, sin medida.

Se nos revela este amor en las palabras y acciones que Jesucristo realiza en la Última Cena.
El amor del Padre se hace visible en la carne del Hijo hecho hombre que nos ama hasta el extremo en las siguientes manifestaciones:.

1. En la institución de la Eucaristía. Memorial de la Cruz redentora. Banquete de la nueva y eterna Alianza. Banquete pascual y nupcial.(Jn y 1Co).
Jesucristo nos entrega la alianza nueva y eterna sellada en su sangre, sangre del Cordero pascual.

El amor de Dios ha buscado siempre establecer una alianza con los hombres. Hoy llega a su plenitud como anticipación de la plenitud que se realiza en la sangre derramada por Cristo elevado en la Cruz.

Cordero manso y humilde degollado en el sacrificio de la Pascua.
Dios y los hombres sellan la nueva y eterna alianza en la carne y sangre del Señor.

2. Institución del Orden sacerdotal.
Para que se renueve y perpetúe la Cena pascual de la nueva y eterna alianza Jesucristo celebra la Cena pascual con los Apóstoles a los que hace partícipes de su consagración sacerdotal

Sumo y Eterno Sacerdote que llama y elige a sus sacerdotes como ministros de la Eucaristía. (cf. Misa Crismal)

Unión íntima entre la Eucaristía y el ministerio sacerdotal.
Jesucristo ungido por el Espíritu Santo como Sumo y Eterno Sacerdote, Víctima Pascual.// Apóstoles y sus sucesores ungídos por el Espíritu Santo para poder renovar el sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza en el banquete de la Eucaristía.. Jesucristo preside y se entrega como alimento y bebida del Pueblo de Dios que camina hacia al Padre.

3. El lavatorio de los pies. Servicio de Cristo a sus discípulos, que Cristo nos entrega como tradición de amor que estamos llamados a vivir. “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.
Caridad de Cristo que carga con todos los pecados del mundo y los expía en la Cruz (Siervo de Yahvé).
Porque Jesucristo nos ama hasta el extremo, nosotros podemos amarnos.
Entrega y recepción mutua de la caridad entregada de Cristo.

Coninua...

martes, 15 de marzo de 2011

El Padre Pío y la Misa (entrevista)

El Padre Pío y la Misa

Padre Pío de Pietrelcina


En 1974 se publicó una obra en italiano, titulada «Cosí parlò Padre Pio»: «Así habló el Padre Pio» (San Giovanni Rotondo, Foggia, Italia), con el imprimatur de Mons. Fanton, obispo auxiliar de Vincencia.
En este presente trabajo sacamos algunos pasajes en los que el Padre Pío hablaba de la Santa Misa:


Padre, ¿ama el Señor el Sacrificio?
Sí, porque con él regenera el mundo.

¿Cuánta gloria le da la Misa a Dios?
Una gloria infinita.

¿Qué debemos hacer durante la Santa Misa?
Compadecernos y amar.

Padre, ¿cómo debemos asistir a la Santa Misa?
Como asistieron la Santísima Virgen y las piadosas mujeres. Como asistió San Juan al Sacrificio Eucarístico y al Sacrificio cruento de la Cruz.

Padre, ¿qué beneficios recibimos al asistir a la Santa Misa?
No se pueden contar. Los veréis en el Paraíso. Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración.

Padre, ¿qué es su Misa?
Una unión sagrada con la Pasión de Jesús. Mi responsabilidad es única en el mundo -decía llorando.

¿Qué tengo que descubrir en su Santa Misa?
Todo el Calvario.

Padre, dígame todo lo que sufre Vd. durante la Santa Misa.
Sufro todo lo que Jesús sufrió en su Pasión, aunque sin proporción, sólo en cuanto lo puede hacer una creatura humana. Y esto, a pesar de cada uno de mis faltas y por su sola bondad.

Padre, durante el Sacrificio Divino, ¿carga Vd. nuestros pecados?
No puedo dejar de hacerlo, puesto que es una parte del Santo Sacrificio.

¿El Señor le considera a Vd. como un pecador?
No lo sé, pero me temo que así es.

Yo lo he visto temblar a Vd. cuando sube las gradas del Altar. ¿Por qué? ¿Por lo que tiene que sufrir?
No por lo que tengo que sufrir, sino por lo que tengo que ofrecer.

¿En qué momento de la Misa sufre Vd. más?
En la Consagración y en la Comunión.

Padre, esta mañana en la Misa, al leer la historia de Esaú, que vendió su primogenitura, sus ojos se llenaron de lágrimas.
¡Te parece poco, despreciar los dones de Dios!

¿Por qué, al leer el Evangelio, lloró cuando leyó esas palabras: «Quien come mi carne y bebe mi sangre»...?
Llora conmigo de ternura.

Padre, ¿por qué llora Vd. casi siempre cuando lee el Evangelio en la Misa?

Nos parece que no tiene importancia el que un Dios le hable a sus creaturas y que ellas lo contradigan y que continuamente lo ofendan con su ingratitud e incredulidad.

Su Misa, Padre, ¿es un sacrificio cruento?
¡Hereje!

Perdón, Padre, quise decir que en la Misa el Sacrificio de Jesús no es cruento, pero que la participación de Vd. a toda la Pasión si lo es. ¿Me equivoco?

Pues no, en eso no te equivocas. Creo que seguramente tienes razón.

¿Quien le limpia la sangre durante la Santa Misa?
Nadie.

Padre, ¿por qué llora en el Ofertorio?
¿Quieres saber el secreto? Pues bien: porque es el momento en que el alma se separa de las cosas profanas.

Durante su Misa, Padre, la gente hace un poco de ruido.
Si estuvieses en el Calvario, ¿no escucharías gritos, blasfemias, ruidos y amenazas? Había un alboroto enorme.

¿No le distraen los ruidos?
Para nada.

Padre, ¿por qué sufre tanto en la Consagración?
No seas malo... (no quiero que me preguntes eso...).

Padre, ¡dígamelo! ¿Por qué sufre tanto en la Consagración?
Porque en ese momento se produce realmente una nueva y admirable destrucción y creación.

Padre, ¿por qué llora en el Altar y qué significan las palabras que dice Vd. en la Elevación? Se lo pregunto por curiosidad, pero también porque quiero repetirlas con Vd.
Los secretos de Rey supremo no pueden revelarse sin profanarlos. Me preguntas por qué lloro, pero yo no quisiera derramar esas pobres lagrimitas sino torrentes de ellas. ¿No meditas en este grandioso misterio?

Padre, ¿sufre Vd. durante la Misa la amargura de la hiel?
Sí, muy a menudo...

Padre, ¿cómo puede estarse de pie en el Altar?
Como estaba Jesús en la Cruz.

En el Altar, ¿está Vd. clavado en la Cruz como Jesús en el Calvario?
¿Y aún me lo preguntas?

¿Como se halla Vd.?
Como Jesús en el Calvario.

Padre, los verdugos acostaron la Cruz de Jesús para hundirle los clavos?
Evidentemente.

¿A Vd. también se los clavan?
¡Y de qué manera!

¿También acuestan la Cruz para Vd.?
Sí, pero no hay que tener miedo.

Padre, durante la Misa, ¿dice Vd. las siete palabras que Jesús dijo en la Cruz?
Sí, indignamente, pero también yo las digo.

Y ¿a quién le dice: «Mujer, he aquí a tu hijo»?
Se lo digo a Ella: He aquí a los hijos de Tu Hijo.

¿Sufre Vd. la sed y el abandono de Jesús?
Sí.

¿En qué momento?
Después de la Consagración.

¿Hasta qué momento?
Suele ser hasta la Comunión.

Vd. ha dicho que le avergüenza decir: «Busqué quien me consolase y no lo hallé». ¿Por qué?
Porque nuestro sufrimiento, de verdaderos culpables, no es nada en comparación del de Jesus.

¿Ante quién siente vergüenza?
Ante Dios y mi conciencia.

Los Angeles del Señor ¿lo reconfortan en el Altar en el que se inmola Vd.?
Pues... no lo siento.

Si el consuelo no llega hasta su alma durante el Santo Sacrificio y Vd. sufre, como Jesús, el abandono total, nuestra presencia no sirve de nada.
La utilidad es para vosotros. ¿Acaso fue inútil la presencia de la Virgen Dolorosa, de San Juan y de las piadosas mujeres a los pies de Jesús agonizante?

¿Qué es la sagrada Comunión?
Es toda una misericordia interior y exterior, todo un abrazo. Pídele a Jesús que se deje sentir sensiblemente.

Cuando viene Jesús, ¿visita solamente el alma?
El ser entero.

¿Qué hace Jesús en la Comunión?
Se deleita en su creatura.

Cuando se une a Jesús en la Santa Comunión, ¿que quiere que le pidamos al Señor por Vd.?
Que sea otro Jesús, todo Jesús y siempre Jesús.

¿Sufre Vd. también en la Comunión?
Es el punto culminante.

Después de la Comunión, ¿continúan sus sufrimientos?
Sí, pero son sufrimientos de amor.

¿A quién se dirigió la última mirada de Jesús agonizante?
A su Madre.

Y Vd., ¿a quién mira?
A mis hermanos de exilio.

¿Muere Vd. en la Santa Misa?
Místicamente, en la Sagrada Comunión.

¿Es por exceso de amor o de dolor?
Por ambas cosas, pero más por amor.

Si Vd. muere en la Comunión ¿ya no está en el Altar? ¿Por qué?
Jesús muerto, seguía estando en el Calvario.

Padre, Vd. a dicho que la víctima muere en la Comunión. ¿Lo ponen a Vd. en los brazos de Nuestra Señora?
En los de San Francisco.

Padre, ¿Jesús desclava los brazos de la Cruz para descansar en Vd.?
¡Soy yo quien descansa en El!

¿Cuánto ama a Jesús?
Mi deseo es infinito, pero la verdad es que, por desgracia, tengo que decir que nada, y me da mucha pena.

Padre, ¿por qué llora Vd. al pronunciar la última frase del Evangelio de San Juan: «Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»?
¿Te parece poco? Si los Apóstoles, con sus ojos de carne, han visto esa gloria, ¿cómo será la que veremos en el Hijo de Dios, en Jesús, cuando se manifieste en el Cielo?

¿Qué unión tendremos entonces con Jesús?
La Eucaristía nos da una idea.

¿Asiste la Santísima Virgen a su Misa?
¿Crees que la Mamá no se interesa por su hijo?

¿Y los ángeles?
En multitudes.

¿Qué hacen?
Adoran y aman.

Padre, ¿quién está más cerca de su Altar?
Todo el Paraíso.

¿Le gustaría decir más de una Misa cada día?
Si yo pudiese, no querría bajar nunca del Altar.

Me ha dicho que Vd. trae consigo su propio Altar...
Sí, porque se realizan estas palabras del Apóstol: «Llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús» (Gal. 6, 17), «estoy crucificado con Cristo» (Gal. 2, 19) y «castigo mi cuerpo y lo esclavizo» (I Cor. 9, 27).

¡En ese caso, no me equivoco cuando digo que estoy viendo a Jesús Crucificado!
(No contesta).

Padre, ¿se acuerda Vd. de mí durante la Santa Misa?
Durante toda la Misa, desde el principio al fin, me acuerdo de tí.

La Misa del Padre Pío en sus primeros años duraba más de dos horas. Siempre fue un éxtasis de amor y de dolor. Su rostro se veía enteramente concentrado en Dios y lleno de lágrimas. Un día, al confesarme, le pregunté sobre este gran misterio:

Padre, quiero hacerle una pregunta.
Dime, hijo.

Padre, quisiera preguntarle qué es la Misa.
¿Por qué me preguntas eso?

Para oírla mejor, Padre.
Hijo, te puedo decir lo que es mi Misa.

Pues eso es lo que quiero saber, Padre.
Hijo mío, estamos siempre en la cruz y la Misa es una continua agonía.

Tradición Católica de noviembre de 1998

Coninua...

jueves, 10 de febrero de 2011

El Papa invita a los fieles a seguir una vida moralmente coherente en el seguimiento de Cristo

BENEDICTO XVI DEDICÓ LA AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES A GLOSAR LA FIGURA Y ENSEÑANZA DE S. PEDRO CANISIO

Benedicto XVI ha dedicado la catequesis de la Audiencia General de hoy a la figura de San Pedro Canisio, sacerdote jesuita, doctor de la Iglesia, nacido en la ciudad holandesa de Nimega y que vivió en el siglo XVI. San Pedro Canisio intervino en acontecimientos decisivos de su tiempo, como el Concilio de Trento, ejerciendo una influencia especial con sus escritos teológicos. Su obra más difundida fue el Catecismo, donde aparecen los conocimientos fundamentales de la doctrina católica expuesta bajo la forma de preguntas y respuestas, elaboradas en términos bíblicos y sin tono polémico.

El santo holandés preparó tres versiones del catecismo: una para personas con elementales nociones de teología; otra para niños sin escolarizar y una tercera para estudiantes del liceo y universitarios. En ello se revela una de las características de Pedro Canisio: sabía armonizar la fidelidad a los principios dogmáticos con el debido respeto a la persona.

Viviendo una “espiritualidad cristocéntrica, Pedro Canisio, insistió sobre la importancia de la liturgia y la necesidad de la oración personal cotidiana que son repropuestas con autoridad por el Concilio Vaticano II”, ha afirmado el Papa, que ha explicado que aún hoy “el ejemplo de Pedro Canisio tiene un valor actual y permanente”. Benedicto XVI ha dicho que “el ministerio apostólico es fecundo solamente si el predicador es un testimonio y un instrumento de Jesús, si permanece estrechamente unido por la fe en su Evangelio y en su Iglesia, y si conduce una vida moralmente coherente”.

Este ha sido el resumen que de su catequesis ha hecho el Santo Padre en español para los peregrinos de nuestra lengua presentes en el aula Pablo VI:

Queridos hermanos y hermanas:

San Pedro Canisio nace en mil quinientos veintiuno, en Holanda. Entra en la Compañía de Jesús y es ordenado sacerdote en Colonia, en mil quinientos cuarenta y seis. Con una notable reputación como teólogo, interviene en el Concilio de Trento. Se ocupa también incansablemente de la adecuada formación teológica de los sacerdotes, así como de la reforma religiosa y moral del pueblo por medio de una serie de iniciativas pastorales, entre las que se incluyen la asistencia en los hospitales y en las cárceles. Editor notable de obras completas de los Padres de la Iglesia, publica libros de devoción en diversas lenguas, biografías de santos y textos de homilética. Escribe tres Catecismos, que alcanzaron gran difusión, y en los que condensa los conocimientos fundamentales de la doctrina católica en preguntas y respuestas. Una característica de Canisio es saber presentar armónicamente la fidelidad a los principios dogmáticos con el respeto que se debe a cada persona. En un momento de fuertes contrastes confesionales, evita las asperezas y la retórica de la ira, centrándose en la presentación de las raíces espirituales y en la revitalización de todo el cuerpo de la Iglesia. Pedro Canisio muere en mil quinientos noventa y siete. El Papa Pío Once lo canonizó y lo proclamó Doctor de la Iglesia, en mil novecientos veinticinco.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a vivir con empeño y fidelidad la adhesión a Cristo, a ejemplo de San Pedro Canisio. Encomendaos a su intercesión, pidiendo a Dios que vuestro apostolado produzca frutos de salvación, siendo testigos de Jesús e instrumentos suyos, con una vida moralmente coherente y una oración incesante. Muchas gracias.

Saludando en francés el Santo Padre se ha dirigido de manera especial a los estudiantes de los diversos colegios y liceos de París y de Aix-en-Provence invitándoles a Madrid para las Jornadas Mundiales de la Juventud el próximo agosto. ¡Hasta entonces pues!

Saludando a los peregrinos de lengua polaca Benedicto XVI les ha recordado que el próximo viernes se celebra la memoria de Nuestra Señora de Lourdes y la Jornada Mundial del Enfermo. En la oración confiamos, a la Madre Inmaculada, los enfermos y cuantos con amor se ponen a su servicio en los hospitales, en las residencias de atención a los enfermos y en las familias. En el rostro de los enfermos vemos el rostro de Cristo sufriente. Que las palabras de San Pedro nos refuercen: “Con cuyas heridas habéis sido curados”. Bendigo de corazón a todos los enfermos, a los aquí presentes y a vuestros seres queridos.

Como siempre el Pontífice ha finalizado la audiencia dirigiéndose a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ayer, celebramos la memoria litúrgica de san Jerónimo Emiliani, fundador de los Somascos, y de santa Josefina Bakhita, hija de África convertida en hija de la Iglesia. La valentía de estos testimonios fieles de Cristo os ayude a vosotros, queridos jóvenes, a abrir el corazón al heroísmo de la santidad en la existencia de cada día. Os sostenga a vosotros, queridos enfermos, a perseverar con paciencia a ofrecer vuestra oración y vuestro sufrimiento por toda la Iglesia. Y os dé a vosotros, queridos recién casados, la valentía de convertir vuestra familia en comunidad de amor, marcada por los valores cristianos.

Coninua...

lunes, 15 de noviembre de 2010

El Reino de Dios

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.”Les dijo otra parábola: “El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.”» Mt 11,31-33

 Con la parábola del grano de mostaza nos enseña que la vida de la gracia, que construye el Reino de Dios en nosotros, empieza siendo ínfima, crece y desarrolla hasta lo máximo, para que todos vengan a buscar vida de ese santo. Esto que sucede con un santo, sucede con la totalidad de los santos: todos ellos forman la Comunión de los Santos, eran un mínimo que por la fuerza del Resucitado la Iglesia creció y sigue creciendo hasta que llegue a su término, cuando Cristo instaure al final de la historia el Reino de Dios en toda la creación. Creciendo, la Iglesia se vuelve el nido donde los hombres renacen a la vida eterna para el Reino de Dios. La misma enseñanza nos da Jesús con la parábola de la levadura: la masa es la humanidad, con la creación que le está unida, la levadura es la vida de Dios dada en el misterio de la gracia, y la mujer es la Iglesia que comunica la vida en Cristo. Cristo deja a la Iglesia-mujer en la la historia de los hombres para que, como buena ama de casa, amase dentro de la humanidad la levadura de la vida divina y así fermente la masa para que salga el buen pan cocido, los hombres santificados, con la creación transformada en Cristo, que viven eternamente en el Reino de Dios.

Coninua...

jueves, 14 de octubre de 2010

San Francisco de Asís. La verdadera alegría.

El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León, escribe». El cual respondió: «Heme aquí preparado».«Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría.Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría.Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría.También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría. Pero ¿cuál es la verdadera alegría?Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas.Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco.Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás.E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche.Y él responde: No lo haré.Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí.Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma.»

También en Las Florecillas de San Francisco:

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante (5), y le habló así:

-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.

Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.

Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:

-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.

Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:

-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.

Y San Francisco le respondió:

-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.

-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).

A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Coninua...

¿Alguien quiere ser católico?




¿ALGUIEN QUIERE SER CATÓLICO?

Coninua...

martes, 17 de agosto de 2010

Descanso en el Señor

«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Mt 11, 28-30

La vida está llena de trabajos y preocupaciones, de cansancios y desgastes. Para servir a los hermanos, es imprescindible el olvido de sí mismo. Y para vivir este olvido de sí mismo, el camino es recordar continuamente a Cristo.
Para encontrar el descanso que nos devuelva la capacidad de amar, Jesús nos invita a volver a Él, para que sea Él quien cargue con nuestras cargas y en su amor vivo y eficaz podamos llevar el yugo llevadero y la carga ligera, que son así porque es Cristo quien nos sostiene con su amor y nos da vida más viva para que podamos amar llevando los trabajos de la vida con los que servimos a los hermanos.
Unirse a Cristo es el camino del olvido de sí que nos hace amar sin límites. Y es que unirse al descanso de Cristo es entrar en la intimidad de la Trinidad, que ama sin cansarse de amar y sin que el amor le canse. Porque cuando se ama de verdad, el amor rejuvenece la capacidad de ser vivo, vivifica nuestra entrega y nos hace capaces de un amor mayor.
En la oración se aviva por el amor a Cristo la vida con su fecundidad, y experimentamos que el amor ni cansa ni se cansa, sino que siempre descansa cuanto más en acto se vive: el amor descansa y nos descansa.
Cuando sintamos el cansancio y la fatiga, no temamos “perder el tiempo” descansando en Cristo, porque ese descanso en el que nos ama nos devuelve al amor que siempre comunión y paz.
¡Qué importante es saber apreciar el descanso de la oración que todos necesitamos para poder seguir sembrando paz y convivencia fraterna, frutos del amor!
Coninua...

viernes, 6 de agosto de 2010

Transfiguración del Señor

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» -pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados-.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de los muertos». (Mt 9, 2-10)

1. El Padre dialoga con su Hijo transfigurado en lo alto del monte Tabor. La Transfiguración, tal como la relata San Lucas, se hace en el ámbito de la oración, en el diálogo de amor que el Padre y Jesucristo viven en lo alto del monte como manifestación en la historia de la oración eterna que ambos viven en la eternidad. Con la oración, también nosotros participamos en la Transfiguración de Cristo. Porque este es el plan del Padre: Dios quiere llenarlo todo de la gloria de su Hijo Jesucristo. Y para eso, nos introduce a nosotros, como a Pedro, a Santiago y a Juan, en la oración del Hijo con su Padre. Cuando oramos unidos a Jesucristo, toda nuestra figura cambia en la figura del Transfigurado para entrar en la Gloria del Padre, que le corresponde al Hijo por su filiación divina y que a nosotros se nos da por gracia en el Espíritu de adopción. Con la oración entramos en la Transfiguración de Cristo, para poder con Cristo ser transfigurados según la Gloria que el Padre da a su Hijo desde toda la eternidad y que hoy se revela en su carne humana, llena de la divinidad. Nuestra oración cotidiana, en su oculta realidad, está penetrada por la oración de Cristo Transfigurado.
2. La Transfiguración lleva consigo la manifestación de la Gloria que le corresponde a Cristo por ser el Hijo del eterno Padre. En su humillación, el Hijo ha escondido su Gloria divina: Él ha elegido caminar entre nosotros como un hombre entre los hombres, y como el que está por debajo de todos, el Siervo de Yahvé. En la Transfiguración se manifiesta la Gloria que se encierra en la carne de Cristo y que está escondida en cumplimiento del plan de amor del Padre. Los Apóstoles ven la Gloria del Transfigurado como el anticipo de la Gloria que la carne y la humanidad de Jesús van a recibir del Padre con la glorificación de la resurrección. Así, los Apóstoles son fortalecidos en la fe para poder superar el camino de humillación del Hijo, que pasa por su Pasión y Cruz. Y es que sin la Gloria de Dios, somos incapaces de vivir el misterio de la Cruz de Cristo, ni tan siquiera nos acercaríamos a las puertas de la Pasión. Y es que en el misterio de la Cruz se nos revela todo el amor infinito de Dios, que es capaz de dar a su Hijo para salvar al esclavo. Esa Gloria tan resplandeciente del amor de Dios que se esconde bajo la apariencia de la humillación se nos hace soportable si somos llevados a lo alto del monte con Cristo en la Transfiguración. Por eso es tan importante que vivamos esta fiesta abrazando la Luz que de ella procede y la Gloria que Dios nos revela en la humanidad de Cristo.
3. En la Transfiguración del monte Tabor, Jesús resplandece toda su Gloria y su Hermosura. Por eso, la creación entera y toda la historia de los hombres queda transfigurada por la belleza del más bello de los hijos de los hombres. Los hombres, por nuestro pecado, hemos afeado la creación y nuestra propia figura, hecha a imagen y semejanza de Dios. Dios, al crear todas las cosas, las hizo buenas y hermosas, bellas y luminosas en su ser, en su verdad y en su orden a Dios. El hombre, con su pecado, ha ido afeando y estropeando la obra de Dios. Cuando el Hijo de Dios asume nuestra humanidad, asume nuestra carne caída en el pecado, la carne de Adán, la que perdió la figura en la que resplandecía la belleza de Dios. En la Transfiguración, la vida divina penetra toda la carne humana de Cristo, la inunda y la transfigura, hasta el punto de que toda la creación recobra su belleza, inundad por la Luz que emana de Cristo Transfigurado. Hemos de aprender a ver toda la creación a la Luz de Cristo Transfigurado en la montaña del Tabor: cuanto más las veamos a la Luz del Hijo el Amado del Padre, el Predilecto, más pronto nuestros ojos recobrarán la belleza que procede de Dios y que es la fuente de la hermosura de todo lo creado. Toda la creación y toda la historia de los hombres resplandece, oculta en sus entrañas, la Gloria de Dios, que se revelará en la Parusía donde Dios lo será todo en todos. Así es como celebramos hoy gozosamente la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Coninua...