lunes, 15 de noviembre de 2010

El Reino de Dios

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.”Les dijo otra parábola: “El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.”» Mt 11,31-33

 Con la parábola del grano de mostaza nos enseña que la vida de la gracia, que construye el Reino de Dios en nosotros, empieza siendo ínfima, crece y desarrolla hasta lo máximo, para que todos vengan a buscar vida de ese santo. Esto que sucede con un santo, sucede con la totalidad de los santos: todos ellos forman la Comunión de los Santos, eran un mínimo que por la fuerza del Resucitado la Iglesia creció y sigue creciendo hasta que llegue a su término, cuando Cristo instaure al final de la historia el Reino de Dios en toda la creación. Creciendo, la Iglesia se vuelve el nido donde los hombres renacen a la vida eterna para el Reino de Dios. La misma enseñanza nos da Jesús con la parábola de la levadura: la masa es la humanidad, con la creación que le está unida, la levadura es la vida de Dios dada en el misterio de la gracia, y la mujer es la Iglesia que comunica la vida en Cristo. Cristo deja a la Iglesia-mujer en la la historia de los hombres para que, como buena ama de casa, amase dentro de la humanidad la levadura de la vida divina y así fermente la masa para que salga el buen pan cocido, los hombres santificados, con la creación transformada en Cristo, que viven eternamente en el Reino de Dios.

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jueves, 14 de octubre de 2010

San Francisco de Asís. La verdadera alegría.

El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León, escribe». El cual respondió: «Heme aquí preparado».«Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría.Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría.Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría.También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría. Pero ¿cuál es la verdadera alegría?Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas.Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco.Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás.E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche.Y él responde: No lo haré.Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí.Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma.»

También en Las Florecillas de San Francisco:

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante (5), y le habló así:

-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.

Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.

Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:

-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.

Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:

-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.

Y San Francisco le respondió:

-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.

-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).

A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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martes, 17 de agosto de 2010

Descanso en el Señor

«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Mt 11, 28-30

La vida está llena de trabajos y preocupaciones, de cansancios y desgastes. Para servir a los hermanos, es imprescindible el olvido de sí mismo. Y para vivir este olvido de sí mismo, el camino es recordar continuamente a Cristo.
Para encontrar el descanso que nos devuelva la capacidad de amar, Jesús nos invita a volver a Él, para que sea Él quien cargue con nuestras cargas y en su amor vivo y eficaz podamos llevar el yugo llevadero y la carga ligera, que son así porque es Cristo quien nos sostiene con su amor y nos da vida más viva para que podamos amar llevando los trabajos de la vida con los que servimos a los hermanos.
Unirse a Cristo es el camino del olvido de sí que nos hace amar sin límites. Y es que unirse al descanso de Cristo es entrar en la intimidad de la Trinidad, que ama sin cansarse de amar y sin que el amor le canse. Porque cuando se ama de verdad, el amor rejuvenece la capacidad de ser vivo, vivifica nuestra entrega y nos hace capaces de un amor mayor.
En la oración se aviva por el amor a Cristo la vida con su fecundidad, y experimentamos que el amor ni cansa ni se cansa, sino que siempre descansa cuanto más en acto se vive: el amor descansa y nos descansa.
Cuando sintamos el cansancio y la fatiga, no temamos “perder el tiempo” descansando en Cristo, porque ese descanso en el que nos ama nos devuelve al amor que siempre comunión y paz.
¡Qué importante es saber apreciar el descanso de la oración que todos necesitamos para poder seguir sembrando paz y convivencia fraterna, frutos del amor!
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viernes, 6 de agosto de 2010

Transfiguración del Señor

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» -pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados-.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de los muertos». (Mt 9, 2-10)

1. El Padre dialoga con su Hijo transfigurado en lo alto del monte Tabor. La Transfiguración, tal como la relata San Lucas, se hace en el ámbito de la oración, en el diálogo de amor que el Padre y Jesucristo viven en lo alto del monte como manifestación en la historia de la oración eterna que ambos viven en la eternidad. Con la oración, también nosotros participamos en la Transfiguración de Cristo. Porque este es el plan del Padre: Dios quiere llenarlo todo de la gloria de su Hijo Jesucristo. Y para eso, nos introduce a nosotros, como a Pedro, a Santiago y a Juan, en la oración del Hijo con su Padre. Cuando oramos unidos a Jesucristo, toda nuestra figura cambia en la figura del Transfigurado para entrar en la Gloria del Padre, que le corresponde al Hijo por su filiación divina y que a nosotros se nos da por gracia en el Espíritu de adopción. Con la oración entramos en la Transfiguración de Cristo, para poder con Cristo ser transfigurados según la Gloria que el Padre da a su Hijo desde toda la eternidad y que hoy se revela en su carne humana, llena de la divinidad. Nuestra oración cotidiana, en su oculta realidad, está penetrada por la oración de Cristo Transfigurado.
2. La Transfiguración lleva consigo la manifestación de la Gloria que le corresponde a Cristo por ser el Hijo del eterno Padre. En su humillación, el Hijo ha escondido su Gloria divina: Él ha elegido caminar entre nosotros como un hombre entre los hombres, y como el que está por debajo de todos, el Siervo de Yahvé. En la Transfiguración se manifiesta la Gloria que se encierra en la carne de Cristo y que está escondida en cumplimiento del plan de amor del Padre. Los Apóstoles ven la Gloria del Transfigurado como el anticipo de la Gloria que la carne y la humanidad de Jesús van a recibir del Padre con la glorificación de la resurrección. Así, los Apóstoles son fortalecidos en la fe para poder superar el camino de humillación del Hijo, que pasa por su Pasión y Cruz. Y es que sin la Gloria de Dios, somos incapaces de vivir el misterio de la Cruz de Cristo, ni tan siquiera nos acercaríamos a las puertas de la Pasión. Y es que en el misterio de la Cruz se nos revela todo el amor infinito de Dios, que es capaz de dar a su Hijo para salvar al esclavo. Esa Gloria tan resplandeciente del amor de Dios que se esconde bajo la apariencia de la humillación se nos hace soportable si somos llevados a lo alto del monte con Cristo en la Transfiguración. Por eso es tan importante que vivamos esta fiesta abrazando la Luz que de ella procede y la Gloria que Dios nos revela en la humanidad de Cristo.
3. En la Transfiguración del monte Tabor, Jesús resplandece toda su Gloria y su Hermosura. Por eso, la creación entera y toda la historia de los hombres queda transfigurada por la belleza del más bello de los hijos de los hombres. Los hombres, por nuestro pecado, hemos afeado la creación y nuestra propia figura, hecha a imagen y semejanza de Dios. Dios, al crear todas las cosas, las hizo buenas y hermosas, bellas y luminosas en su ser, en su verdad y en su orden a Dios. El hombre, con su pecado, ha ido afeando y estropeando la obra de Dios. Cuando el Hijo de Dios asume nuestra humanidad, asume nuestra carne caída en el pecado, la carne de Adán, la que perdió la figura en la que resplandecía la belleza de Dios. En la Transfiguración, la vida divina penetra toda la carne humana de Cristo, la inunda y la transfigura, hasta el punto de que toda la creación recobra su belleza, inundad por la Luz que emana de Cristo Transfigurado. Hemos de aprender a ver toda la creación a la Luz de Cristo Transfigurado en la montaña del Tabor: cuanto más las veamos a la Luz del Hijo el Amado del Padre, el Predilecto, más pronto nuestros ojos recobrarán la belleza que procede de Dios y que es la fuente de la hermosura de todo lo creado. Toda la creación y toda la historia de los hombres resplandece, oculta en sus entrañas, la Gloria de Dios, que se revelará en la Parusía donde Dios lo será todo en todos. Así es como celebramos hoy gozosamente la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Coninua...

viernes, 30 de julio de 2010

Estoy contigo para librarte

Del libro de Jeremías 15, 10. 16-21

¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas para todo el país! Ni he prestado ni me han prestado, y todos me maldicen.Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos. No me senté a disfrutar con los que se divertían; forzado por tu mano, me senté solitario, porque me llenaste de ira. ¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga, y mi herida enconada e incurable? Te me has vuelto arroyo engañoso, de aguas inconstantes.
Entonces respondió el Señor:
«Si vuelves, te haré volver a mí, estarás en mi presencia; si separas lo precioso de la escoria, serás mi boca. Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte -oráculo del Señor-. Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores.»


    1. Jeremías recuerda cómo Dios le llamó y eligió desde el seno de su madre, y cómo le bendijo. A lo largo de su vida, cuando Dios le hablaba, devoraba la Palabra de Dios, que era su gozo. Pero Jeremías tiene una misión por la que sufre: ha de anunciar a Israel la Palabra de Dios que denuncia su pecado, mientras le llama a la conversión. Dios no se complace en las obras de Israel. Por eso, Jeremías sufre, tan sensible como es, el rechazo de todos, y acaba viviendo como un solitario porque hablaba la Palabra que llamaba a la conversión, e Israel se endurecía en su corazón. En esta dolorosa situación, Jeremías se ve sumido en la oscuridad de la purificación, en su noche oscura: Dios se vuelve para Jeremías como “arroyo engañoso, de aguas inconstantes”. ¿Qué siente Jeremías? Dios me sedujo, me llamó desde el seno de mi madre, ¿y qué he sacado a cambio? Contradicciones, luchas, desprecios, hasta quedar en la soledad. Es como un reflejo de Cristo y de todo cristiano que quiere seguir a Cristo en la santidad. Hay un momento en la vida cristiana en que por cumplir nuestra misión y ser fieles a Dios seremos despreciados y marginados, y ser, como Jeremías, unos solitarios. En esa dolorosa purificación, permanezcamos firmes para que Dios, por dentro, nos transforme misteriosamente: en el desprecio, vivamos el aprecio de Dios; en la marginación de los hombres, vivamos la comunión con Dios.
    2. Llevado de su sufrimiento, Jeremías ora quejándose a Dios: Dios mío, te has vuelto para mí un venero de agua engañosa. Dios le responde que se convierta más profundamente a Él para que esté siempre en su presencia y Dios estará siempre a su lado. La purificación es para separar “lo precioso de la escoria”. Y lo precioso es la unión con Dios, recibiendo su Palabra amorosamente para ser su boca, sea cual sea la respuesta de los hombres. Porque el secreto de Jeremías es que es pertenencia de Dios, es suyo. Unido a Dios así, purificado como oro en el crisol, Dios hace de Jeremías “muralla de bronce inexpugnable”: los que luchen contra él no le podrán. Esta fortaleza invencible de Jeremías es “porque yo estoy contigo para librarte”, “Dios es mi refugio en el peligro” (Sal 58). Es el secreto de Jeremías: Dios está con él. Por eso, Dios le señala la regla por la que se ha conducir: “que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos”. Cuando Dios purifica así a un cristiano y lo santifica así, y esta convicción entra en su corazón, no hay quien le venza. A los ojos de los demás, su actitud puede parecer soberbia o tozudez, cuando en realidad, purificado por la prueba, su corazón es verdaderamente humilde, apoyado y sustentado en la fuerza de Dios. Un santo purificado por el amor de Dios, convertido en una muralla inexpugnable, es capaz de convertir al más duro de corazón. Pidamos a Dios que llegue ese día en que, como Jeremías, seamos fuertes y vencedores que convierten a los pecadores con el ejemplo esplendoroso de su santidad, pues nosotros no nos vamos a convertir a sus malos caminos.
Coninua...

sábado, 3 de julio de 2010

Thérèse's Canticle of Love. Inspirado en Santa Teresa del Niño Jesús

Os comparto esta bellísima canción



Saint Thérèse's Canticle of Love - Sr. Marie-Thérèse Sokol, OCD.

How great and tender is our God,
who has smiled on the lowly,
eternally my heart will sing a new canticle of love.

Come all who hunger, all who thirst,
all who long for fulfillment,
the God of mercy waits for you,
as a mother her child,
oh come to the living water,
fear not your weakness,
forever trusting in God’s merciful love.

Through the shadows of this night,
love will be my guiding light,
presence hidden from my sight,
till the clouds are put to flight,
beneath your gaze, I’ve blossomed forth
as a rose in the sunshine.
With joyful heart, I give it all
to the mystery of love.

In peace, I will come before you,
with empty hands,
relying solely on your merciful love.

Through the veil your face appears,
beauty shrouded bathed in tears,
bread of sinners I will share,
rose unpetaled everywhere.

Oh, My God, I will sing of your love,
for this one eternal day,
for this one eternal today.

Transformed in love’s consuming fire, lifted up in glory,
her fragrance filling all the earth,
drawing us unto her,
until in eternity,
we join in one chorus,
forever singing of God’s merciful love.

Canticle of love, song of love,
this eternal day, I will sing, sing of your love.


Saint Thérèse's Canticle of Love - Sr. Marie-Thérèse Sokol, OCD.
Coninua...

sábado, 10 de abril de 2010

Feliz Pascua de Resurrección!

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Victima

propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.


«¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?»

«A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,


los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!


Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua. »


Primicia de los muertos,

Sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda


Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa.

Coninua...

viernes, 5 de febrero de 2010

Siempre un amor más grande

Empezamos este camino en esta página pidiendo al Señor que sea todo a su mayor gloria

La pretensión de este blog no es otra que la de ir adentrándonos de manera sencilla en el infinito amor que Dios Padre tiene en su Hijo Jesucristo a cada uno de nosotros. Para eso hemos sido creados y para eso estamos aquí ahora.

Por eso, estimado lector, te pedimos que al leer no lo hagas tan solo por ánimo de curiosidad o simplemente como quien pasa las páginas de un periódico o cambia canales de televisión sino con el deseo de encontrar alimento para el alma, con sencillez, buscando esa gota de agua que viene de Dios para seguir nuestro camino. Y si esto puede servir para encontrarse con el Señor habremos cumplido nuestra misión.

Diversas llamadas, diversas vivencias, diversos acontecimientos pero un mismo anhelo. Esta llamada profunda que hay en nuestras almas a la santidad. Santidad que no es otra que esta vida divina que ya aquí hemos empezado a gustar y que nos ha cautivado de tal modo que no podemos negarla, porque ya ahora negarla sería negarnos a nosotros mismos.

En este cautiverio suave que el Señor pone en nuestras almas nos entregamos para que pueda realizar sus delicias en nosotros, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad.


Por Cristo, con El y en El, a ti Dios Padre omnipotente,
todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos.
Amén
Coninua...